Si “Rascacielos”, el tango de 1935 con letra de Ivo Pelay y música de Francisco Canaro, continuó mencionándose durante las décadas siguientes se debió en particular al título.1 Le daba carácter de pieza excéntrica. Una curiosidad en un catálogo de farolitos de la calle en que nací y emparrados de mi patio viejo y perales de Villa Crespo y ochavas de Corrientes y Esmeralda donde amainaban los guapos hasta que algún cajetilla los calzaba de cross. Pero “Rascacielos” no era ninguna rareza. Formaba parte de la corriente predominante del tango que registró a la ciudad de Buenos Aires en términos de pérdida y abandono: “¡Mi Buenos Aires/ suelo porteño!/ Hay en tu entraña/ venas de acero/ que serpentean/ gritando: ¡Progreso!”. Separado por más de setenta años, su envión no difería de “La globalización”, el tango de 2011 con letra de Haidé Daiban y música de Pascual Mamone: “Y aquel enjambre de Babel/ en este siglo que brotó/ es conventillo que albergó/ un shopping sobre sus cenizas”. Antes hubo algo mejor. Eso mejor ya no existe. Se volvió cenizas en nombre del progreso. Lo que queda, por debajo de los rascacielos, los shoppings y la globalización, es la evocación del tiempo mítico de la ciudad: la esquina del herrero, barro y pampa, perfume de yuyos y alfalfa, tu casa, tu vereda y el zanjón.
Excepto si se pensaba todo lo contrario: que los rascacielos y los paseos de compras suponían mejores futuros que aquellos que podían proveer los yuyos, el barro y el zanjón.
Mil novecientos, o el periodo que se inaugura a comienzos del siglo XX, es fundacional porque conjugó dos proyectos para la ciudad de Buenos Aires: como capital de la nación y como urbe metropolitana moderna. Dos proyectos, uno nacionalista y tradicional, otro cosmopolita y moderno, no siempre capaces de coexistir de manera armónica. Esa tensión quedó inscripta en el tango.

Fragmento de Pasajes sonoros: Escritos sobre música, vol. 1, AZ Editora, 2024.
En la playlist no está “Rascacielos” pues no aparece en Spotify, ese lugar donde supuestamente está todo pero yo nunca encuentro nada. O casi nada. Sí estaba “Che existencialista”, a la que coloqué como reeemplazo de “Rascacielos”, porque cumplen una función similar. Pero no sé si estas cosas importan. Es una lista de reproducción, no un casete grabado, y, como escribió la antropóloga Haley Bliss hace poco, no son lo mismo: “Las listas de reproducción son las nuevas mixtapes, y se pueden compartir infinitamente, pero no tienen peso. No necesitás racionar el espacio cuando podés agregar un número ilimitado de canciones. No necesitás pensar en el orden cuando podés reproducir en modo aleatorio. No necesitás rebobinar cuando todo está a la carta. La comodidad gana y los casetes pierden, excepto cuando no lo hacen”.