Es un domingo a la tarde en Folly Beach. Como cada domingo a la tarde en Folly Beach abren el micrófono del Crab Shack para los músicos locales. No hay escenarios ni tarimas. Sólo se pide permiso y se enchufa la guitarra. Un tipo toca “I Can Hear Music”, la canción de las Ronettes de 1966 que tres años más tarde Beach Boys colocó en una discreta posición en las listas de éxitos radiales. Le sale bien, o no, pero te obliga a escucharlo.
El público consiste en cinco o seis parroquianos que eligieron el sector al aire libre de la cantina para merendar mariscos y cerveza. Hasta entonces no prestaban mucha atención a la actuación. Ahora dejaron sus conversaciones y escuchan. Hay algo familiar en esa canción. Aunque la hayas oído hace mucho tiempo; aunque jamás la hayas escuchado antes.
En un rato se hará de noche. Los negocios cerrarán. Los escasos paseantes dejarán de pasear. Las calles casi vacías quedarán definitivamente vacías. El faro de Morris Island resplandecerá desde el noreste y no habrá ni un alma en la playa para verlo brillar. Es que los muchachos en bermudas y los señores con sombreros panamá, las chicas de shorts ceñidos y piel bronceada, las señoras en carritos de golf de alquiler y los músicos aficionados en patios de marisquerías podrían ofrecer una impresión diferente, pero ya llegó el invierno a Folly Beach.
Es temporada baja.
La isla y la playa les pertenecen a sus habitantes.1
Fragmento de Pasajes sonoros: Escritos sobre música, vol. 1, AZ Editora, 2024.
La foto es mía. También el video. Nótese que, como no tengo registros audiovisuales del tipo que tocó la canción de las Ronettes, tuve la cortesía de pasar a recoger material que captara el ambiente sonoro del Crab Shack. De nada. Cierto, Paul Simon y las Ronettes no son la misma cosa, pero sirve de ilustración. Al menos de la ruptura que provocó la canción de Ronettes: en general nadie interrumpe su conversación sólo porque alguien decidió compartir su no solicitado talento musical.
En cualquier caso, y sólo por la casualidad del repertorio, hay algo interesante también en este tipo que toca “Me and Julio Down by the Schoolyard”: la música parece trastocada por una nota al pie de su derrotero. La canción se publicó en 1972 y se volvió un hit instantáneo; no la clase de hits que encabezan las listas de éxitos, sino la clase de hits que sostienen el resto del andamiaje. La canción llegó, aguantó, luego avanzó. En 1997, en su primer álbum, Have a Ball, el grupo de covers punk Me First and the Gimme Gimmes hizo una versión que llevó la canción a personas que, en ese momento, nunca habían tenido una razón para escuchar a Paul Simon. Oigan la versión de Have a Ball, luego vean al tipo del video, y piensen a qué tradición responde la canción que están escuchando, o a qué tradición podría responder si la dejaran sin correa.
Hay algo en las canciones de Paul Simon que las hace perfectas para esta clase de versiones (más allá de la estructura e instrumentación, claro). Parecen ser serias y contenidas, formales, pero en el fondo no se toman muy en serio a sí mismas. El año pasado, en la apertura del French Quarter Fest, que coincidió con un eclipse solar total, Rory Danger and the Danger Dangers (uno de los mil proyectos de Aurora Nealand; aunque niega que ella y Rory Danger sean la misma persona, sí reconoce que, curiosamente, tienen cierto parecido) tocó “Homeward Bound”, otra canción compuesta por Simon y grabada junto a Garfunkel. Tampoco lo registré, pero había mas gente de la que suele haber los domingos en el Crab Shack de Folly, y la gente tiene teléfonos, y los usa, especialmente durante un eclipse en Nueva Orleans, así que encontré un video horriblemente grabado en YouTube. Acá se los dejo. “Homeward Bound” empieza un poco antes del minuto 17. Véanlo, luego vean al tipo de Crab Shack, luego vuelvan a la versión de Have a Ball, por fin terminen en Paul Simon y, como tarea para el hogar, piensen en si, ya por entonces, Simon no sabría algo que todos los demás no.